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El
trabajo del traductor es fascinante. No hay otra manera de describirlo. Permite
involucrarse de manera continua en un rico juego de palabras en donde el
objetivo ya no es la precisión de cada concepto, sino la recuperación del
verdadero sentido de una frase, en un idioma que puede ser 100% opuesto al
original.
Un
lenguaje está intrínsecamente relacionado con el pensamiento que, a la vez,
está forjado por una cultura en particular. Una cultura significa el modo de
ver el mundo.
Así
es que cuando el traductor hace su trabajo en realidad está asimilando desde
qué ángulo una persona, formada en un contexto distinto al suyo, contempla la
vida.
En
el contexto actual, esta tarea adquiere una dimensión mucho más amplia, pues
con su oficio el traductor se convierte en un medio en sí mismo por el cual la
cultura se transmite.
Este
tema ha quedado muy bien expuesto en el libro que el autor irlandés Michael
Cronin aportó con el título Traducción y
Globalización. También Susan Bassnett, en su trabajo Traducción, Historia y Cultura, reflexiona sobre la importancia de
este complejo quehacer para los procesos de comunicación que tienen lugar en el
nuevo escenario global.
Contrario
a lo que podría suponerse, la traducción debe entenderse como el arte de
encontrar los significados y la intención del autor, elementos que están implícitos
en el manejo del lenguaje dentro del texto original.
Entonces
lo que se traduce no son meros sustantivos, adjetivos, verbos y adverbios, sino
una mentalidad completa que ha quedado por escrito. El reto para el traductor
es justamente entrar en la cabeza del otro y contemplar la realidad desde la
misma butaca.
Consideremos,
por un momento, las primeras traducciones de las Sagradas Escrituras, partiendo
de 1280, con la aparición de la Biblia Alfonsina –reconocida como la primera
edición en castellano, patrocinada por el rey Alfonso X- hasta la reciente
publicación de la Santa Biblia: Reina-Valera – realizada en Estados Unidos bajo la dirección de la Primera Presidencia y
del Quórum de los Doce Apóstoles de La
Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
De una traducción a otra, la interpretación del mundo
cristiano evoluciona enormemente según lo que distintos grupos de eruditos y
teólogos consideran que, en su momento, quisieron decir los diversos personajes
bíblicos y cuáles fueron los verdaderos significados de las múltiples crónicas
que relatan el surgimiento de la humanidad misma.
No
hay mejor manera de demostrar que la traducción también enriquece la cultura y
las tradiciones y preserva la memoria.
Por
último, consideremos que hoy en día este importante oficio ya no se limita sólo
al trabajo con los idiomas más utilizados dentro de una geografía específica. En
un mundo globalizado, lo que se desvanecen son las fronteras físicas, por lo
que ahora el traductor se enfrenta al reto de asimilar nuevas lenguas en
desarrollo nacidas de la tecnología, en particular del Internet que poco a poco
nos está llevando a todos hacia el aprendizaje de un idioma común.
Es
en esta revolución donde el traductor encuentra otro emocionante campo
de acción. Y el resto apenas debemos estar atentos a su desempeño, pues nuestro
entendimiento del momento que nos ha tocado vivir depende de su manejo de la
lengua, tan diversa como pueda resultar en un mundo que inevitablemente se
condensa día con día.
Hoy con el avanzo de la tecnología, mucas personas que non son traductores profesionales hacen uso del varias herramientas como los traductores automaticos de Babylon y Google. Pero, claro, hay muchos riesgos...